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miércoles, noviembre 25, 2009

LA PARTIDA DE ZORRILLA.

TESTIMONIO DE UN CRONISTA EL DÍA DEL FUNERAL DE ENRIQUE ZORRILLA CONCHA.



Adiós a Enrique Zorrilla



El funeral del maestro Enrique Zorrilla fue un relámpago. Pasó raudo, como apurado en su mero trámite y carente de trascendencia no dio tiempo ni para el adiós de un último discurso, ni para colocar la bandera de la patria en su ataúd. Aquella a la que juró consagrarse en nombre de la gloria y la grandeza de Chile. Eso fue hace más de 70 años en las oficinas del antiguo Cuartel General del nacismo, en calle Huérfanos 1540. Allí llegó el maestro Enrique, atraído por la lucha idealista de una juventud soñadora, allí vivió los gratos momentos junto a los camaradas del ideal: Cesar Parada, su amigo, Oscar Jiménez, su hermano entrañable, Juan Salinas su incondicional colaborador.

Hubo momentos duros. Le tocó estar encargado de las comunicaciones durante la masacre del 5 de septiembre. No sólo resistió la muerte de sus hermanos sino, luego del genocidio, la persecución. Huyó a Argentina en una gesta superior al conocido exilio de Neruda. Tuvo un gran amor que fue Gloria Izquierdo Hunneus. Con los años viajó por el mundo, fue condecorado como héroe internacional y como reconocida figura intelectual en toda nuestra América. Filmó documentales, escribió libros y memorias. Entre sus obras destaca “La profecía política de Vicente Huidobro” y “Masacre”.

Reivindicó su pasado de nacista con honor, llenando de luces esclarecedoras la oscuridad de ese infausto episodio propiciado por Alessandri y la derecha económica que siempre nos ha gobernado con brutalidad.

Enrique Zorrilla fue ante todo un revolucionario y su bandera, que fue la de los caídos en el 5 de septiembre, siempre fue opositora a las camarillas de notables, a la impunidad, al olvido y al crimen.

Con los años formó el Comité pro-homenaje a los caídos.

Hoy una comitiva discreta se nos escabulló con ganas de terminar pronto su entierro, propiciada de paso por la hora erróneamente puesta en El Mercurio. Pese a su militancia en el Partido Demócrata Cristiano y su figuración en la embajada de Alemania durante el gobierno de Frei padre, ningún político dio señales de interés. Y a no ser por tres camaradas que allí estuvimos –Pedro Godoy, Erwin Robertson y quien escribe-, la presencia representativa de los ideales del maestro no hubieran tenido la mínima impronta. Ningún himno –como yo tenía un camarada- se oyó entre las viejas lápidas y su muerte, para el país, fue sólo un obituario más.

Llegamos a la hora y ni vimos pasar el cortejo, que seguramente no tenía más de 10 o 20 personas a su haber. Uno esperaba un funeral de Estado; banderas chilenas flameando entre los vítores que despedían al héroe ¡Nada! Sólo los buenos recuerdos y las anécdotas. El cariño de los discípulos más viejos y del más joven.



Cuando llegamos finalmente al mausoleo su cajón descansaba solitario en el altillo de un nicho interior cubierto por coronas. No había nadie en la cercanía. Todo terminó como empezó. Sin aviso, sin importancia, sin que nadie dimensionara la tremenda pérdida del hombre y del maestro.

Es propicio este espacio para recordar el momento de conocernos. Fue a principios de año, en su última casa: un asilo de ancianos. Allí el maestro con la mirada perdida sólo recordaba y sonreía. Era, como siempre, bondadoso y fino. Conversamos sobre sus días de juventud en el Movimiento Nacional Socialista, almorzamos, revisamos viejas fotos de la masacre del Seguro Obrero, nos firmó unos libros y luego nos despedimos con el corazón impregnado de mística y gratitud.





¡Gracias camarada, amado maestro y forjador de juventudes!



Honor y gloria eternamente a Enrique Zorrilla



Mauren Emilia Zuela
Cronista de los tiempos vivídos.

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