EN ESTE INTERESANTE ARTÍCULO, MARCOS GHIO PONE DE RELIEVE QUE COINCIDENTEMENTE CON EL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL TENÍA LUGAR EN EL TERCER REICH UNA SUPERACION DEL DETERMINISMO RACISTA BIOLOGICO DEL NAZISMO, PROCESO QUE DESGRACIADAMENTE NO ALCANZÓ A CULMINAR DEBIDO A LA DERROTA MILITAR.
EVOLA Y EL NAZISMO BIOLÓGICO
1) Planteamiento del problema
En diferentes oportunidades hemos analizado la relación establecida entre Evola y el régimen nacional socialista tratando de resaltar sea sus críticas como sus coincidencias. Es indudable al respecto que nuestro autor, a diferencia de otros pensadores tradicionalistas como por ejemplo René Guénon, supo ver en tal movimiento, lo mismo que en el fascismo italiano, la presencia de una serie de elementos que lo contraponían a los valores propios de la modernidad, por lo que una importante parte de su obra estuvo destinada a destacar los primeros separándolos de los segundos.
En lo que respecta al nacional socialismo, tal como su nombre lo indica, puede acotarse que el mismo presentó como positivo el haber intentado sintetizar a dos corrientes políticas que en muchos de sus postulados eran contrarias al sistema entonces vigente. En efecto era una característica esencial de la modernidad considerar al hombre como un ser reducido al propio medio y cuyo su fin último en la vida era el logro de la economía y del bienestar material, por lo tanto el materialismo, el que junto a la concepción ambientalista representa la otra cara visible del sistema vigente. Al sostener el nacionalismo, tal movimiento pretendió reivindicar la propia identidad ante el abstracto universalismo moderno que concebía a un ser humano amorfo y masificado, sin raza y sin historia, como una tabula rasa en potencial disposición de asimilarlo todo a través de una oportuna educación y adiestramiento. Y a su vez, por la exaltación del socialismo, se sostuvo principalmente que los intereses de la propia comunidad estaban por encima de los egoísmos individuales determinados siempre por los fines económicos y materiales que, de acuerdo al equívoco postulado moderno, gobernarían universalmente a todo ser humano por igual.
Sin embargo estos dos postulados positivos, sostenidos por tal movimiento en contraposición con las ideologías modernas, igualitarias y democráticas en ese entonces vigentes, necesitaron con el tiempo ciertas precisiones y rectificaciones que se fueron operando sucesivamente desde la propia fundación. Aquí es dable resaltar como un mérito del mismo el haber tenido en ciertas circunstancias la capacidad por adaptarse y corregir a tiempo algunas desviaciones, lo que en gran medida explica los logros alcanzados. Así pues la purga de junio de 1934, conocida como la “Noche de los cuchillos largos” por la que se disolvió a las SA y se defenestró a su líder Röhm, junto a otros complotados, logró evitar que el socialismo de tal movimiento degenerara en una vía similar a la del marxismo ruso. El eje Berlín-Moscú, sostenido insistentemente por los principales ideólogos de tal sector, tales como los hermanos Strasser y Dryssen entre otros, implicaba reducir el socialismo a una dimensión materialista y economicista, como la del marxismo, cuando el mismo debía representar principalmente lo contrario de tal ideología disolvente y gemela del liberalismo. Se sostenía el socialismo en tanto superación de la mera búsqueda afanosa y egoísta del bienestar material, debiendo en vez la vida del hombre estar enmarcada en la realización incesante de valores comunitarios y extra-individuales, presentes en el propio acervo. Es así como se sostuvo entonces no la lucha de clases, sino la colaboración entre éstas en aras del concepto superior de nación.
La necesaria depuración del nacionalismo no sucederá con la misma rapidez que la demostrada en el caso del socialismo respecto de su vertiente materialista. Al respecto es dable decir que, así como no todo socialismo es rescatable por las razones antes mentadas, sucede lo mismo con el nacionalismo. Recordemos que tal movimiento tuvo su origen con la modernidad y la Revolución Francesa y significó también una exaltación individualista por lo propio con independencia de cualquier valor que lo trascendiese. De la misma manera que el proletario marxista debía velar y cuidar por sus intereses de clase, así como lo hacen las otras, un nacionalismo influido por la modernidad extrapola esta lucha por los meros intereses sociales al ámbito de las naciones, las que, del mismo modo que las clases, deberían reducir su existencia a un mero combate por las propias “reivindicaciones”, las cuales bien sabemos que terminan siendo también prioritariamente económicas y por lo tanto negadoras de cualquier valor superior. Tal pensamiento se vio reflejado en la Alemania romántica con Fichte para el cual lo alemán era sinónimo de justo y verdadero, sacralizando así el relativismo cultural por el que lo propio, con independencia de aquello de lo que estuviese compuesto, debía ser siempre exaltado y defendido. Pero hay otro nacionalismo a rescatar que es aquel de carácter selectivo capaz de discernir en el pasado histórico de un mismo pueblo a aquellos factores positivos a ser asumidos y los que en cambio sin más deben ser rectificados, exigiendo tal tarea discriminatoria la existencia de una profunda lucha interior en el seno de una determinada comunidad. Para el mismo los valores presentes en una nación son tales no en tanto son propios meramente, sino en la medida que signifiquen algo de carácter superior capaces de servir para que lo que un hombre trae al nacer en modo espontáneo y natural pudiese ser modificado y perfeccionado. Es tan sólo en este contexto de discriminación a efectuar entre influencias opuestas y antagónicas en el seno de una determinada comunidad que debe comprenderse el concepto de raza. Luchar por la pureza de la propia raza es bregar a fin de que lo mejor que existe en el patrimonio de la propia comunidad triunfe sobre los elementos impuros y ajenos a la misma. Ahora bien, cuando el nacional socialismo postula la defensa de la propia raza en contraposición de elementos extraños expresados principalmente por el factor judaico presente en el seno de la sociedad germánica, ello representa un valor positivo y selectivo perteneciente a ese segundo nacionalismo aquí mentado que exalta un patrimonio histórico y cultural en función de su valor y no simplemente porque sea propio. Sin embargo para que ello adquiera una mayor significación debe ser capaz de señalar en su más vasta plenitud los caracteres propios de aquello que es judaico e impuro en la propia comunidad de lo que en cambio es su valor positivo opuesto, al que se califica como lo ario.
Y es aquí en donde comienzan a aparecer las limitaciones de cierto racismo, las que sólo pudieron ser superadas tardíamente ya cuando el resultado bélico desfavorable era inminente. Para algunos el problema de la salud de la propia raza consistente en descartar el elemento judaico presente en el seno de la colectividad se limitaba simplemente a un acto de higiene corporal por el que se evitaran cruzas impuras, considerándose así al cuerpo como el factor determinante para la raza en tanto que en el mismo encuentran su manifestación las otras dos dimensiones del hombre, la psíquica y la espiritual. Nos encontramos entonces con el racismo biológico, que es el que considera que el factor corpóreo y visible es el que resulta determinante en la esfera racial y cuyos exponentes principales fueron Rosenberg y Günther, encargados de estereotipar tal primera dimensión en detrimento de las restantes, a las que consideró como simples efectos e incluso partes integrantes de la primera. Dichos autores, fundándose en Chamberlain principalmente, además de reducir el factor racial a su aspecto inferior de carácter corporal, el cual sin más debería asumir los otros dos elementos que componen al hombre, como consecuencia de tal reduccionismo, en un segundo paso reputaron a la propia raza como superior a las restantes, en tanto que consideraron que en la misma estaban presentes más que en las otras tales características visibles de lo corpóreo. De este modo por un camino diferente terminaron asumiendo los valores deletéreos pertenecientes al primer nacionalismo consistente en un culto irracional y particularista por lo propio, lo cual debía dar como consecuencia necesaria la exclusión de los valores que en cambio pudiesen estar presentes en otros. Fue así que atribuyeron a la propia comunidad casi en exclusividad el atributo de ario, descartándose como inferiores a los demás pueblos en la medida que se encontrarían carentes de tal elemento superior y considerando que la restauración de la propia raza originaria pasaba por la simple depuración biológica del elemento judaico que se había infiltrado en la misma. Para alcanzar tal fin fue que se acudió a una serie de medidas eugenésicas por las que se segregaba a personas que no podían demostrar ascendencia aria hasta la tercera generación.
En realidad la discriminación entre lo ario y lo judaico para Evola, más que referirse a dimensiones corporales como hacía erróneamente el racismo biológico, las que por supuesto existen pero no son de manera alguna las determinantes, debía efectuarse principalmente en relación a valores espirituales. Es decir que existe una espiritualidad judaica y una aria contrapuestas las que no necesariamente se encuentran en relación con un cuerpo que les equivalga, tal como podía haber sucedido en otras épocas de la humanidad en las cuales el equilibrio entre las tres dimensiones del hombre, cuerpo, alma y espíritu, existía en un mismo sujeto. Hoy en día es posible más que nunca encontrarnos con el hecho notorio de que en un cuerpo de caracteres físicos arios exista en vez un espíritu judaico e incluso, aunque en menor medida, a la inversa, si tomamos a estas dos razas como dos arquetipos antitéticos. Tal fenómeno fue en algún momento comprendido por el mismo régimen nazi cuando, a pesar de sus estrictas medidas de determinismo biológico-raciales, aceptó que algunas personas, a pesar de no estar en orden con la propia raza, es decir de no presentar ascendencia aria hasta la tercera generación, sin embargo por sus aportes comunitarios podían ser reputados como Arios honorarios (Ehrenarier). Evola nos hace notar que un desarrollo completo de tal idea debería haber llevado al régimen (y quizás de haberlo hecho a tiempo le hubiese evitado tantos de los errores que lo condujeron al fracaso) a concebir también la existencia de Ehrenjuden, es decir de arios que por su espíritu eran y actuaban como verdaderos judíos.
Ahora bien lo importante es, de acuerdo a nuestro autor, señalar esta diferencia dicotómica entre ario y semita desde un punto de vista espiritual, es decir, relativo a la manera de ser propia de cada raza, y no reducida exclusivamente a un factor físico o psíquico como hacía el racismo biológico. Y al respecto nos preguntamos ¿Qué es lo propio de la raza judaica que se encuentra en contraposición con la aria? La primera y más elemental diferencia se encuentra en la manera como sea el judío como el ario conciben la relación entre lo humano y lo divino, la cual por extensión luego se remite a todo lo demás. En el caso del judaísmo el sujeto se encuentra ante Jehová en una relación de absoluta dependencia y pasividad, por lo que se relaciona con la misma en una actitud de servilismo y negación de sí. Lo ario en cambio se caracteriza por concebir tal vínculo en manera activa y de señorío. El hombre no es considerado como criatura, sino como compañero de Dios, lo divino no es una cosa que le resulte ajena, sino parte integrante de lo más profundo de su ser. Esto lo terminó con el tiempo aceptando el mismo Günther, a pesar de sus inicios biologistas, en un conjunto de textos muy valiosos. La secuela de ello es, desde el punto de vista judaico, concebir un hombre degradado que se reduce a la situación de parte respecto de un todo, lo cual no solamente está presente en la manifestación religiosa. La secularización ha hecho en modo tal que el papel de Jehová fuera suplantado por otras entidades impersonales encargadas todas ellas de determinar al hombre en una dirección que le resulta fatal y obligatoria y de la cual no puede apartarse en manera alguna corriendo el riesgo en caso contrario de recibir una condena. Se llame esta divinidad Historia, Sociedad, la misma Raza, una determinada religión o una doctrina a las que se les asigna un valor absoluto y ante las cuales el ser humano debe subordinarse como una simple marioneta, sin poderle objetar absolutamente nada bajo el riesgo de ser reputado como réprobo o excluido: éste es el rasgo principal del semitismo que Evola en obras posteriores denomina más rotundamente como moderno, lo cual abarca diferentes grados hasta arribar al más bajo de subordinación referido al más crudo sometimiento al poder del dinero y de la economía, el cual ha tenido que estar precedido por el determinismo del sujeto respecto de Jehová. En síntesis: si el ario se encuentra en el mundo como un sujeto activo dueño y señor del propio destino, el semita o moderno es en cambio un sujeto pasivo reducido al papel de parte de un todo que lo trasciende, recibiendo el mismo diferentes denominaciones de acuerdo al collar que el hombre elija para estar sometido.
Lamentablemente tales superaciones y mejores explicitaciones doctrinarias llegaron muy tarde como para haber permitido que el nacional socialismo superara aquellas limitaciones que impidieron su éxito político y como concepción del mundo. El caso específico se lo tuvo en la relación que tal régimen estableció en un primer momento con los pueblos sometidos militarmente y más específicamente con el caso del ruso. Basados en las estrechas concepciones de Rosenberg por las cuales lo ario era sinónimo de germánico, y por lo tanto de raza superior, es decir un argumento ideológico al servicio del propio nacionalismo concebido como sentimiento de dominio de la propia nación respecto de las otras, sentimiento éste propiamente moderno, despreció al ruso eslavo, al que asimiló grotescamente con el “esclavo” y en vez de buscar una unión con éste para abatir al comunismo, lo sometió en una manera peor que Stalin en los territorios ocupados, postergando las posibilidades del Ejército ruso libre de Vlasov, el que sólo entró en acción en los finales de la guerra. Tal rectificación llegó demasiado tarde. Tan sólo finalizando la guerra las SS supieron convertirse en divisiones pluri-raciales, compuestas incluso por árabes e hindúes, es decir no miembros de la raza blanca en exclusividad, sino en cambio unidos todos, más allá de sus diferencias corpóreas, en función de una concepción del mundo. Es decir que aunque demasiado tarde se comprendió que lo ario no era una categoría prioritariamente corporal, sino un concepto de carácter espiritual del que todos podían participar en mayor o menor medida.
El hecho de que tal acontecimiento sucediera en simultaneidad con la derrota bélica impidió esta necesaria evolución que hubiese significado la liquidación definitiva del nazismo biológico, cuya depuración por lo tardío, no pudo ser así asimilada suficientemente como en cambio sucediera con el desvío nacional-comunista del ‘34. Es ello lo que ha hecho que aun hoy en día existan sectores que reducen la experiencia nacional-socialista a tal segundo desvío doctrinario, principal responsable de la derrota bélica del 45.
LA ANTERIOR ES LA PRIMERA PARTE DE UN TEXTO QUE SE ENCUENTRA INTEGRO EN
http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/Nazismo.htm
Mineros Chilenos
Hace 14 años.
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