LA PROGRESÍA COMO LA NUEVA CLASE SOCIAL DOMINANTE DE LA SOCIEDAD GLOBALIZADA MUNDIAL.
LA IDEOLOGÍA PROGRESISTA COMO LA NUEVA RELIGIÓN QUE LEGITIMA EL MERCADO GLOBAL MUNDIAL.
La Iglesia Progresista y El Retablo de las Maravillas.
Publicado por Diego Urioste
diego_m_urioste@yahoo.es
Decía Julio Anguita que “la progresía es, ni más ni menos, que el sumidero por donde se han ido las ideas de la izquierda” [1]. Explica que “la progresía es quedarse en la reforma de una serie de aspectos sociales, como los matrimonios homosexuales o las medidas de discriminación positiva de la mujer, mientras que se deja intacta una realidad económica injusta”. Este acertado comentario es, sin embargo, limitado. La realidad es que el progresismo se ha convertido en la nueva religión del siglo XXI, con Iglesia, diócesis, cabildos y fieles propios preparados para su particular cruzada.
La religión e Iglesia Progresista
El progresismo es, como las demás religiones, un conjunto de creencias y dogmas, de sentimientos de veneración y temor, de normas morales para la conducta individual y social. La religión progresista se fundamenta principalmente en una sola idea fuerza, revelada a la humanidad por la única y universal razón, asumida por las mentes más privilegiadas y rechazada -según el clero progresista- por los blasfemos, conversos o incapaces: todo lo moderno y nuevo es bueno en sí.
De este principio creador infalible emanan todas las ideas secundarias del progresismo y se articulan las bulas doctrinales destinadas a la creación de las leyes humanas. Este método filosófico propio de la modernidad se alza como la última y definitiva evolución del pensamiento humano. Si Fukuyama [2] anunció “El fin de la historia” hace varios lustros, el Progresismo es el fin del pensamiento, la culminación -por magnificencia- de la erudición humana, alejado de cualquier serendipia.
Como toda Iglesia dogmática, encierra en sí una proposición que se afirma como firme y cierta, principio innegable de una ciencia verdadera (curiosamente ciertos marxistas los tildan de tecnófobos y anticientifistas). Aquellos que no comulgan con la Iglesia Progresista son tildados de desviados e irracionalistas, herejes del nuevo sol del nuevo milenio; Lukács [3] ya denunció la conexión entre el irracionalismo, el antiprogresismo y el nazismo. Un dogma cerrado del progresismo es decir que todo aquello que no es progresista es nazi y fascista, palabras cuyo significado real desconocen pero que han rebautizado como símbolos antitéticos del nuevo imperio progresista de la nueva sociedad de los nuevos valores.
El Retablo de las Maravillas progresista
“Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.“
Así explica Chanfalla, personaje de la obra teatral Retablo de las Maravillas [4] (obra que tuve ocasión de representar en el Liceo) al Gobernador del pueblo lo que es en sí el Retablo. A través de la obra, Cervantes dramatiza el intento consciente de proclamar como verdad lo que todos ellos reconocen como una manifiesta mentira:
“La falsa verdad se propaga tomando como origen la mente más torpe e ignorante de la sociedad. Las reacciones y los efectos se hacen cada vez más exagerados, y el afán de superarse unos a otros en lo extraordinario de la vivencia provoca patéticas y ridículas rivalidades y desconfianzas.
La falsa creencia encuentra su primer gancho en la necedad y en la ignorancia, aunque luego se extiende también por la personas cultas, que por una honra y un pundonor pedante y ridículo, son vencidos a la opinión vulgar y común. Primero se alardea de una integridad moral e intelectual superior que acaba quedando en entredicho y que nos delata y nos hace comprobar una verdadera cobardía espiritual.” (Fuente Cervantes.es)
El retablo representa ahora la obra progresista en sí, sus méritos, su verdad. Objetiva y científicamente, es dificilmente demostrable que el progresismo haya acaparado méritos suficientes para poder constituirse como un empuje humano capaz de solucionar algo. Sin embargo, así se hace creer, y quién no lo vea “tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio“; es decir un hijo de puta -con perdón.
La realidad progresista es inquietante, una serie de pensamientos no concretos que veneran la idea de lo nuevo de forma preocupante. Pero ¡Ay, del que ose ponerlo en cuestión o si quiera preguntar!. La caterva de advenedizos se le echará encima, y no tardarán los sastres del sistema en coserle en la solapa la estrella identificativa del no-progresista, cómo podrían decir ellos.
El progresismo: ni izquierdas ni derechas
El progresismo, en contra de lo que se piensa, se encuentra repartido e instalado en un sinnúmero de sensibilidades y actuaciones políticas. No tiene una posición exacta en el espectro político, sino que cubre -como una capa de fango- casi todas las posiciones del sistema porque, en definitiva, es la religión del régimen occidental. Si bien es cierto que en España se encuentra preferentemente en la “izquierda” socialdemocrática (representada por el PSOE, sectores de IU y demás partidos izquierdistas), no es monopolio único de la gauche divine. La derechona, en esa curiosa conjugación liberal y conservadora, alberga numerosas corrientes progresistas, adheridas a la madre Iglesia Progresista y fieles devotas de la Santa Divinidad del Retablo progresista.
Su fácil propagación se basa en su propia estructura ideológica, o mejor dicho la ausencia de esta. Es un sentimiento exacerbado -pese al marketing racionalista-, un “sensacionalismo revestido de posicionamientos políticos” [5]. Es una expresión más o menos espontánea de la sensiblería intelectual del torpe humano, ligereza conceptual dogmática sublime del advenimiento ridículo y consentido de la mentalidad torpe del hombre moderno. Un sofisma barato, una marca registrada muy lucrativa.
El Progresismo contra el progreso
Pese a su etiquetación, el Progresismo se ha destapado como un freno al verdadero progreso. La idea de creer que todo lo nuevo es bueno, que todo avance es para bien, ha creado una falsa idea de optimismo desenfrenado, de positivismo ridículo y aprobación peligrosa de todo lo que llega, de toda vía nueva aunque sea el camino equivocado.
El Progresismo, al igual que el posibilismo o el reformismo, alimenta el actual estado de las cosas, las injusticias profundas e incluso crea nuevas clases dominantes. La nueva clase, la élite burguesa, la progresía, conduce los designios morales, económicos y sociales de las gentes de forma dogmática e irresponsable. El progresismo, al poner en primer orden aspectos superfluos o de menor importancia, refuerza el velo que cubre a la ya de por sí alienada y cegada sociedad. Asuntos como la posibilidad de introducir cirugía estética en los presupuestos de la Sanidad Pública o la paridad en los consejos nublan -con un eficiente propagador mediático- el interés real de la ciudadanía, abocan al olvido asuntos mucho más relevantes e importantes para un país, sumerge la capacidad crítica del ciudadano medio a niveles primarios.
El verdadero progreso, como idea de avance y perfeccionamiento a través del desarrollo, nada tiene que ver con el “ideal” progresista. Las aberraciones cometidas en nombre de la novedad ya están teniendo efectos devastadores en las sociedades en general, y son sólo la antesala de un futuro mucho más negro. Sin pretender ser catastrofista, no es exagerado predecir que las generaciones venideras serán mucho más incompetentes, materialistas, insulsas y manejables de lo que ya lo son las actuales. El progresismo por lo tanto se destapa como un arma eficaz para enajenar el espíritu de las gentes, el pensamiento heterodoxo, la belleza de lo espiritual y lo natural, como instrumento quirúrgico del capital para continuar -con diferentes máscaras- su imposición a los trabajadores, su poder supranacional y prácticamente inconmensurable. Un poderoso inhibidor de la conciencia humana, de la lucha contra las verdaderas injusticias y luchas sociales.
[1] Artículo publicado en El Mundo el 31 de Marzo del 2006, disponible en internet gracias a la Agrupación de Profesionales y Técnicos del Partido Comunista de Madrid. Enlace
[2] “The End of History and the Last Man“, 1992, de Francis Fukuyama.
[3] “El Asalto a la Razón”, 1954, de Georg Lukásc.
[4] “El Retablo de las Maravillas”, de Miguel de Cervantes.
[5] “El Falso Progresismo”, 2006, de Miguel Manrique.
Mineros Chilenos
Hace 14 años.
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