LA PERSPECTIVA POLÍTICA DEL CAUDILLO ROSAS.
No es coincidencia que el desconocimiento reciproco de las respectivas historias nacionales dentro del ecumene romanoamericano (o sea, el constituido por todos los países que han recibido la herencia romana a través de España y Portugal) esté correlacionado con el diktat imperialista norteamericano (y antes inglés) de que cada uno de los pueblos iberoamericanos recelase de los demás –y especialmente de los más vecinos- para ahondar en la división y así poder ejercer una mayor influencia.
Para contrarrestar ese desconocimiento es bueno conocer las historias contadas desde los ojos de otros países hermanos. Es particularmente interesante conocer, entonces, el fenómeno rosista en la Argentina decimonónica –que por lo demás se prolonga en el fenómeno peronista de la Argentina “vigésimica” (¿existirá este neologismo?).
Una observación clave: cuando se afirma que en Nuestra América, al contrario de Europa, es el Estado quien crea a la Nación (y en el caso argentino sería el Estado de Rosas quien crea a la nación argentina), no podemos olvidar al destacado historiador chileno Mario Góngora quien ya había dado testimonio de lo mismo en el caso chileno en su “Ensayo sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX” (1981).
Petras, 29-9-2006.
Sistema político rosista
Prof. Cecilia González Espul (*)cgespul@yahoo.com.ar
El proceso de construcción de los Estados Nacionales en la América antes española fue largo y sangriento. Primero fueron las guerras por la emancipación, que duraron catorce años, (1810-1824), luego o casi simultáneamente, las cruentas guerras civiles,. En el caso argentino, que fue uno de los más largos, duró setenta años, si contamos desde 1810 hasta 1880, cuando concluye al federalizarse la ciudad de Buenos Aires.
En las guerras civiles de Argentina, los dos bandos o partidos que se enfrentaron fueron el unitario y el federal. Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires, y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, a mediados del siglo XIX, fue el representante del federalismo porteño que logró la adhesión de los caudillos del interior y preparó el camino para alcanzar la organización nacional.
Para comprender cómo fue el régimen rosista debemos previamente entender cuáles son las diferencias entre estos dos grupos irreconciliables, y que al decir de San Martín cuando regresó al país en 1828, sólo se lograría la paz cuando uno de ellos aniquilara al otro.
Para ello no debemos caer en una dicotomía simplista, como bien sostiene Pérez Amuchástegui, en “Más allá de la Crónica”, que nos impida apreciar la confusión política inicial, donde unitarios podían actuar como federales y viceversa ( caso de Rosas apoyando a Martín Rodríguez) o caer en la falsa antinomia de asociar unitarios a porteños y federales a provincianos. Ya que federales y unitarios hubo tanto en las provincias como en Buenos Aires.
Las diferencias ideológicas entre unitarios y federales se van a ir perfilando a partir de la crisis de 1820, con la caída del Directorio y el fracaso de la constitución de un estado centralizado. Es un error considerar que estas diferencias son solamente sobre la forma de organización política del Estado, otros aspectos como los económicos, sociales, religiosos son quizás mucho más relevantes.
Los federales estaban representados principalmente por el porteño Manuel Dorrego, máximo exponente del llamado federalismo doctrinario, por el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y por el caudillo oriental Gervasio Artigas que ejercía su influencia sobre las provincias del Litoral. Los unitarios eran los llamados inicialmente “directoriales” por formar parte del Directorio. Su principal ideólogo fue Bernardino Rivadavia. En este grupo también participaba un sector conservador como los Anchorena y Felipe Arana, que luego se volcará al federalismo rosista.
El fusilamiento de Manuel Dorrego en diciembre de1828, fue el acontecimiento que dividió profundamente las aguas y radicalizó las posturas, convirtiéndose en una lucha a muerte. Federales representados por Rosas, Estanislao López y Facundo Quiroga. Los unitarios por los generales Juan Lavalle y José María Paz.
Las principales diferencias son las siguientes.[1]
Los unitarios se distinguieron por su mentalidad europeizante que bebía en las ideas de los españoles afrancesados y liberales como Floridablanca y en el racionalismo iluminista de Voltaire. Masones e incrédulos, anticlericales, rechazaban la España católica de los Habsburgo como símbolo del atraso y del oscurantismo. Fueron extranjerizantes porque no valoraron lo nativo. Para estas élites ilustradas, “hombres de galera y de levita” la civilización y el progreso venían de Europa, y era equivalente a la vida en las ciudades. La barbarie en cambio era lo autóctono, lo telúrico, la vida pastoril, según la famosa antítesis de Sarmiento en el Facundo.
Estuvieron a favor del régimen de unidad o centralista, a imitación de la Revolución francesa, porque consideraban a las provincias semibárbaras incapaces de gobernarse a sí mismas, pasando a ser meros distritos administrativos subordinados al poder central.
Partidarios del despotismo ilustrado, porque despreciaban a las masas y al gaucho, y por ende adoptaron una actitud aristocratizante. Una frase nos explica con claridad esta posición: “¡Haremos la unidad a palos!” dicha por el ministro Agüero. Ya que no contaban con el apoyo de la mayoría, se resolvieron a imponer por la fuerza sus ideales. Y así pudieron exclamar: “¡Perezca el país antes que los principios!” O, “Haremos un cementerio de la nación antes que dejar de regenerarla a nuestro modo!” Porque el pueblo era inculto, bárbaro, y no estaba capacitado para gobernar. Y ellos se llamaban a sí mismos “los libertadores” y esclavos a los “rosines”.
Ligados a los intereses del puerto de Buenos Aires, fueron partidarios del libre cambio, vinculado al comercio con Inglaterra, que arruinó las manufacturas del interior. Localizaron la nacionalidad en la zona o hinterland de dominio del puerto, por ello la pérdida de la Banda Oriental y del Alto Perú se justificaba porque convenía a sus intereses, oponiéndose al ideal sanmartiniano de unión sudamericana.
Los federales, en cambio, tuvieron un sentimiento americanista, que recogía la tradición hispánica de respeto a los fueros locales, y por eso defendían las autonomías provinciales. Sus representantes fueron los caudillos, conductores de las masas criollas, quienes se caracterizaron por su espíritu democrático y por poseer una visión realista y no teórica del país. Son los “hombres de poncho y chiripá”.
Opusieron al librecambio el establecimiento de un régimen proteccionista que defendiera la manufactura nacional y nos liberara de la dependencia comercial con Inglaterra.
Establecidas brevemente estas diferencias entre unitarios y federales, pasamos a analizar cómo se gestó el sistema político rosista. El estudio de esta cuestión la dividiremos en dos temas: 1) el sistema político sobre el que se estructuró la organización nacional: La Confederación, y 2) la forma en que gobernó Rosas: forma autocrática paternalista.
El primer hecho de carácter institucional que dio origen a la Confederación Argentina fue el Pacto Federal del 4 de enero de 1831 realizado entre las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, al que posteriormente adhirió Corrientes. Fue una alianza ofensiva-defensiva para contrarrestar a la Liga Unitaria creada por el General unitario Paz desde Córdoba. Vencido éste y deshecha la Liga , el resto de las provincias firmó el pacto.
Su importancia también radica en que constituyó el pilar sobre el que se basó la Constitución de 1853, en cuyo preámbulo se menciona a los pactos preexistentes.
En el artículo 15, el pacto establece la creación de una Comisión representativa con asiento en Santa Fe compuesta de un diputado por cada provincia y que tenía por finalidad propender a la organización general de la República, es decir el de reunir un congreso que dictara una constitución.
Rosas y sus asesores abogaron para que los representantes de cada provincia no fueran delegados de los pueblos sino de los gobiernos, teniendo el congreso carácter diplomático, más que político.
Sin embargo este anhelo tan largamente deseado no se concretó durante la época de Rosas, y es uno de los argumentos esgrimidos por sus detractores, acusándolo de haber postergado la organización nacional al no dictar una constitución.
¿Por qué Rosas, con la suma del poder público, se opuso a que se dictara una constitución inmediatamente? Varios son los documentos en que Rosas explica sus motivos, el más importante es la carta que enviara a Facundo Quiroga desde la hacienda de Figueroa.
Los unitarios creían que bastaba el dictado de una constitución para organizar el país. Su planteo era teórico, realizado desde una perspectiva elitista, las clases ilustradas eran las únicas habilitadas para manejar el país, no tenían en cuenta la realidad del país y por eso fracasaron en todos sus intentos: la constitución de 1819, centralista y pro-monárquica, y la constitución de 1826 rechazada por los caudillos del interior. Para ellos el dictado de la constitución era el punto de partida de la organización nacional. La realidad debía amoldarse a la teoría.
Rosas sostenía en cambio que primero debía alcanzarse un ordenamiento real en cada provincia. Sus argumentos para postergar el dictado de la constitución expresados en la carta a Quiroga son los siguientes:1) Para formar un todo ordenado y compacto deben estar ordenadas las partes que lo componen. 2) Cada provincia debe ocuparse de sus constituciones particulares y después trabajar sobre la constitución nacional. 3) Debe haber tranquilidad y calma para celebrar pactos de Federación. 4) El país se encuentra en un estado de agitación, contaminados por unitarios, logistas y agentes secretos de otras naciones. Por lo tanto aun no había llegado el momento de dictar la constitución. Al revés de los unitarios, Rosas consideraba que el dictado de la constitución no era el punto de partida sino el punto de llegada, la culminación del proceso de organización nacional. Su planteo era práctico no teórico.
En la entrevista que tuviera Ernesto Quesada y su padre con Rosas en Southampton, este sostenía lo siguiente: “Pero el reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar “un cuadernito” como decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación del país.”[2]
Más adelante: “Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de .una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca.” [3]
Otro aspecto del problema planteado por Rosas es acerca de los fondos comunes que se dispondría para el sostenimiento del gobierno central como de los contingentes para el ejército nacional. De dónde debían provenir esos fondos? Rosas sostiene en la carta a Quiroga que: “debe contribuir cada Estado Federado en proporción a su población. Los norteamericanos convinieron en que formasen este fondo de derechos de Aduana sobre el comercio de ultramar pero fue porque todos los Estados tenían puertos exteriores.”[4] En cambio las provincias argentinas carecían de puertos, y el único puerto era el de Buenos Aires. Los federales porteños llamados más tarde autonomistas no querían que las rentas de su aduana fueran nacionales. En ese sentido Rosas al postergar el dictado de la constitución y disolverse la Comisión representativa estaba defendiendo el monopolio económico porteño. Pero Rosas y sus asesores no lo defendieron con el mismo espíritu que los antiguos centralistas, sino que por el contrario, pusieron todos los recursos de ese privilegio en defensa de los intereses generales de la patria grande, al decir de Irazusta.
Es por esto que otra cuestión subyace detrás de estos antagonismos entre unitarios y federales, que son los intereses económicos enfrentados entre las provincias del interior y Buenos Aires. Las provincias mediterráneas, con incipientes industrias y artesanías requerían medidas proteccionistas frente a la competencia de las manufacturas extranjeras, en cambio la burguesía mercantil porteña, ligada al comercio de importación exportación estaba a favor del libre cambio, como así también los hacendados productores de las materias primas exportables, cueros, sebo, tasajo.
Las provincias, partidarias del federalismo, sostenían que las rentas de aduana del único puerto, Buenos Aires, no debían corresponder sólo a Buenos Aires, sino a todas las provincias, cosa que no admitían los porteños. Por eso costó tanto llegar a una solución definitiva sobre la organización de un estado nacional.
Si bien Rosas mantuvo el puerto único, dictó en 1835/6 la ley de Aduana, atendiendo al reclamo de las provincias, especialmente la de Corrientes, y su gobernador Pedro Ferré, que pedía medidas proteccionistas.
A través de elevados aranceles para los productos extranjeros que podían fabricarse en el país, o directamente la prohibición de su entrada como el de la harina, buscó proteger las incipientes industrias locales de la competencia extranjera, y fomentar la agricultura. Esta ley fue recibida con gran entusiasmo especialmente por las provincias mediterráneas.
En este sentido cabe citar a Perez Amuchástegui cuando estudia la relación de Buenos Aires con las demás provincias y el papel que representó Rosas:
“Rosas era, sin duda, un exponente conspicuo del sector terrateniente exportador de la campaña bonaerense, y su elección como gobernador representó también la victoria de esos intereses. La organización nacional, conforme al clamor uniforme de las provincias quitaría a Buenos Aires el usufructo exclusivo del puerto y sus rentas; si no se daba a las provincias alguna participación en las rentas aduaneras, éstas insistirían en la urgencia de reunir un Congreso para lograr la organización. Rosas desde el primer momento, advirtió esta situación y procuró con éxito, solucionar las angustias provincianas sin institucionalizar la nacionalización del puerto. Para ello fue generoso en los subsidios de ayuda a las provincias, arbitrio que obligaba a los gobernadores a mantener las mejores relaciones con Buenos Aires...” [5]
Esta cuestión de la Constitución está ligada a si el sistema logrado por Rosas fue una federación, o si en realidad era una mera ficción y era más bien tan unitario como el de Rivadavia. Esta es la tesis del historiador Enrique Barba. Así sostiene: ....”los únicos verdaderamente auténticos parecían ser Rivadavia y Rosas. El primero intentaba hacer un federalismo bajo el régimen de unidad; el segundo , logró consolidar el unitarismo bajo la ficción federal.” [6]
Es por supuesto una tesis errónea desde muchos puntos de vista, pero pienso que el principal enfoque erróneo es no darse cuenta que Rosas nunca dice que su sistema es federal. Es un término que solo utiliza en sus lemas de mueras y vivas, pero nunca en los documentos oficiales. En ellos siempre utilizó el término Confederación.
Y cuál es la diferencia entre Federación y Confederación. En la carta a Quiroga expresa su posición acerca de un sistema federal, que considera inconveniente para ese momento: “Observesé que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de estados bien organizados en si mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder General con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi toda su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las Naciones extranjeras; por consiguiente si dentro de cada Estado en particular , no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno General representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame sobre todos los demás.”[7]
Dice al respecto Ernesto Quesada: “De ahí que prefiriera el régimen de Confederación, en la cual intervienen las provincias en el estado en que se encuentran, como entidades políticas semi-soberanas.”[8]
Es que las provincias en ese momento no estaban en un pie de igualdad con Buenos Aires. Muchas de ellas no podían pagar sus diputados, haciéndose cargo de ello Buenos Aires, sin una sana economía, sin gente capacitada para desempeñarse en las tareas de gobierno.
No estaban dadas las condiciones para un régimen federal. El país no tenía un cierto número de centros con sólidas condiciones económicas y de cultura para impedir que todas las provincias gravitaran hacia Buenos Aires, capital y puerto único del litoral con la mayor población y riqueza. Por lo tanto Rosas prefirió el régimen de Confederación, que respondía al estado de cosas existente y servía para preparar la situación a fin de llegar más tarde a la solución definitiva. Confederación era la forma legítima de gobierno en aquel momento, por cuanto el país se hallaba constituido en virtud de pactos entre las provincias.[9]
Cuando ya Rosas se hallaba en el exilio, la aplicación de la Constitución del 53 con las presidencias de Urquiza, Mitre y Avellaneda, le mostró que en muchos sentidos se salvaban sólo las apariencias, y que en realidad era una farsa, la constitución solo quedaba en el papel, ante las reiteradas intervenciones a las provincias y a la ingerencia en la vida local del gobierno central. Cosa que había ocurrido en mucha menor medida durante su gobierno.
Rosas contribuyó o no al logro de la creación de un estado nacional, es otro de los temas polémicos. Para la historiografía liberal Rosas, al no dictar una constitución retrasó la organización nacional. Para el revisionismo histórico, justamente lo contrario. Este enfoque hace hincapié en el hecho de la alianza con el enemigo extranjero de los unitarios, denunciado por el más destacado de los historiadores revisionistas que fue Ernesto Quesada, en su famosa obra “Los unitarios y la traición a la patria”. No solo se unieron a los franceses durante su intervención en el Río de la Plata en 1838, sino que recibieron cuantiosos subsidios para derrocar a Rosas, a cambio de ello ofrecían parte de nuestro territorio. Los emigrados en Montevideo ofrecían las provincias mesopotámicas, para formar un nuevo estado con la Banda Oriental y Paraguay, los unitarios salteños ofrecían el noroeste al Mariscal Santa Cruz en Bolivia, los unitarios de San Juan y Mendoza la región de Cuyo a Chile, país desde donde Sarmiento convalidaba la ocupación del Estrecho de Magallanes por los chilenos y sus ambiciones sobre la Patagonia. Total el mal de la Argentina es su extensión sostendría en el Facundo.
Por ello se puede afirmar con toda justeza que Rosas en su cíclopea lucha contra el agresor extranjero, las dos potencias colonialistas de la época, Francia e Inglaterra, y de sus aliados vernáculos, los unitarios, fue el gran defensor de la soberanía nacional, hecho innegable reconocido por todos, y gracias a ello logró evitar el desmembramiento de nuestro territorio, que se hubiera convertido en varias republiquetas bananeras más. Esto desde el punto de vista de la política exterior.
Evitó la desintegración de la Confederación y obtuvo el reconocimiento de la potencias extranjeras a nuestro país como estado libre y soberano, con derecho de hacer la guerra, y de ejercer jurisdicción absoluta sobre los ríos interiores.
Desde el punto de vista de la política interior Rosas contribuyó también en la constitución del estado nación. Basándonos en la obra de Julio Irazusta[10] sobre el tema, explicaremos el camino que siguió Rosas para lograr la unificación del país. Dice así: “El planteo sobre la índole de las relaciones entre las provincias de la federación argentina estaba dirigido a lograr la unificación del país al estilo de las confederaciones tradicionales, en la que estados absolutamente independientes se nuclean en torno a uno de ellos preponderante en la zona. Los federales porteños no habían renunciado al privilegio de su provincia, pero lo utilizaron para nuclear la federación argentina.”[11] El método seguido por el Restaurador de las Leyes fue que las provincias fueran delegando atribuciones en el Encargado de las Relaciones exteriores, detentado por el gobierno de Buenos Aires, y que en realidad correspondían a la Comisión Representativa, que había sido disuelta. Esas atribuciones fueron las siguientes:
- derecho de intervenir en las provincias,
- juzgar a los reos de delitos cometidos contra la nación, casos del Gral Paz, y los hermanos Reinafé culpables del asesinato de Quiroga.
- Vigilar la circulación de escritos sediciosos.
- Tratar con la Santa Sede y reglamentar las relaciones del país con el poder espiritual.
- Declarar la guerra, hacer la paz.
- Negar a las provincias el derecho de legación (caso de San Juan con Chile)
- Prohibir o permitir la extracción de metálico.
- Nombrar jefes de ejércitos nacionales. (Nazario Benavídez fue del norte, y Urquiza de la frontera con Brasil)
Es así como el federalismo de Rosas fue un federalismo empírico más unificador que constituyente. Buena parte de estas atribuciones fueron otorgadas al gobierno federal por la constitución de 1853.
El gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, cuyo congreso constituyente fue frustrado por Rivadavia, proponía sin embargo un federalismo stricto sensu, doctrinario, similar al que llevó a la ruina a las Provincias Unidas de Centro América, con la experiencia de Morazán, de muy efímera duración y que en la actualidad quedó dividido en cinco países. Proponía que la capital se situase alternativamente en cada una de las provincias, o sea que el gobierno federal carecía de una sede fija y permanente, y además cada provincia conservaba el derecho de mandar sus propias milicias. Estas recién fueron suprimidas por iniciativa de Sarmiento y de Aristóbulo del Valle.
Rosas estaba perfectamente enterado del fracaso del sistema federal en Centroamérica, de lo cual hace mención en su correspondencia al referirse a Guatemala.
Dirá Ernesto Quesada: “Gracias a su diplomacia gaucha, obtuvo lo que los empingorotados unitarios de la época directorial y sus derivadas, jamás pudieron alcanzar, a saber: el predominio del poder nacional, la solidaridad del país, el reconocimiento del gobierno central.....es el hecho que, con su federalismo ad usum delphini y servido por su implacable unitarismo de acción, Rosas cimentó la unión nacional.” [12]
Pasamos ahora a la segunda parte, el régimen autocrático paternalista de Rosas. En la época caótica y anarquizada, de odios furiosos irreconciliables, ante el peligro de la disgregación, existía una opinión generalizada partidaria del establecimiento de un gobierno fuerte que impusiera el orden.
Así en su primer gobierno (1829-1832) la legislatura le otorga las facultades extraordinarias, como ocurría con la mayoría de los gobiernos de la época, debido a la grave situación de guerra interna a causa del asesinato de Dorrego. Por tal motivo recibe el título de Restaurador de las Leyes. Y luego del Pacto Federal es nombrado por las provincias Encargado de las Relaciones Exteriores, es decir, jefe virtual de la Confederación.
Cabe preguntarse qué significación tiene el título de Restaurador de las Leyes. Primeramente restaurar la obediencia a las leyes que habían burlado los decembristas con el fusilamiento del gobernador legítimo sin juicio previo. La obediencia a la ley debía lograrse por medios coercitivos. Así sostiene Myers que: “Rosas enfatiza el papel de la fuerza en la articulación de un sistema político estable.”[13] Pero también como oposición a la política anticlerical de los unitarios y a las reformas religiosas implantadas por Rivadavia. En tal sentido es también la restauración de un orden católico, basado en un orden moral trascendente.
Al período del caudillismo, desarrollado luego de Cepeda en 1820, se lo ha relacionado con el medioevo, los caudillos vendrían a ser como pequeños señores feudales. Esta tesis fue sostenida inicialmente por Sarmiento en el Facundo, luego por Ernesto Quesada, y por José Ingenieros en “Sociología argentina”. En la misma sostiene: “El caudillismo inorgánico vino a resolverse en la sistematización del feudalismo, cuyo exponente político fue el caudillismo organizado. Esta primera evolución de la política argentina, representada por el engranamiento y la subordinación gradual de los pequeños señores feudales, fue una verdadera restauración colonial y tuvo su personaje representativo en el progresista estanciero Juan Manuel de Rosas.(....) Su gobierno fue la vuelta al orden de cosas vigentes en la sociedad colonial y la derrota de todos los principios e ideales que habían inspirado la Revolución; el partido conservador y el partido católico fueron sus puntales, encubriéndose con la bandera federal de Dorrego, que había sido tan revolucionario como Moreno y Rivadavia.(...) Rosas fue, ante todo y sobre todo, un restaurador del antiguo régimen, contra el nuevo propiciado por la Revolución de Mayo.”[14]
Es este planteo de sumo interés porque muestra un lado oculto o más profundo, referido a las ideas. Ramón Doll dice con respecto a esta interpretación que el positivista Ingenieros hace de Rosas: “La Historia argentina, en manos de escritores europeizados, ha podido ser esquematizada también, según ese mismo ritmo histórico; y han sido fáciles analogías las que colocaron a ciertos personajes..en el tempo reaccionario o regresivo y a otros en el tempo revolucionario o progresista. José Ingenieros, con esa superficialidad grosera con que manoseó todo lo divino y lo humano que se le puso por delante, adjudicó al federalismo y al rosismo, a la Restauración y al Fernandismo español, mientras incurría en el solemne disparate de incluir a los hombres de la Sociedad Patriótica en el pre-socialismo. (...) La dinámica de nuestra política no oscila de la reacción a la revolución y vice-versa, ni de las fuerzas tradicionales a las renovadoras. Oscila del nacionalismo al europeísmo; el poder no ha salido y vuelto de manos de los conservadores a los avanzados, sino de clases autóctonas, arraigadas, afirmadas a la tierra a clases europeizadas, vueltas de espaldas a la Nación.” [15]
En este sentido Rosas no es un reaccionario, es un americanista, un representante de la tradición hispano criolla católica, los unitarios en cambio son liberales, hijos de la ilustración, europeizantes.
También Jorge Abelardo Ramos rebate la tesis de José Ingenieros sobre el presunto feudalismo de Rosas, a quien considera como la primera expresión capitalista en la Argentina, de un capitalismo agrario. Así nos dice: “En su calidad de capitalista –el más grande de su tiempo- Rosas fue en tal sentido un hombre de progreso, si se lo compara con esa “aristocracia mercantil” porteña interesada en las transacciones comerciales divorciadas de la producción misma. Rosas estaba directamente ligado a la pampa, a la fábrica de vacas, al cuero y al tasajo: capitán de empresa en un vasto y desolado país, el presunto “feudalismo” que le atribuyen desde Ingenieros hasta los “comunistas” rivadavianos, no resiste el análisis.”[16]
Concluido su mandato, no acepta su reelección porque no le volvían a otorgar las facultades extraordinarias. En el interregno de Balcarce realiza la campaña al desierto, pero nuevos conflictos, la revolución de los restauradores que depone al gobernador, y luego el asesinato del gobernador de Salta Latorre, y principalmente el de Quiroga, lo conducen nuevamente al gobierno de Buenos Aires, pero esta vez con la suma del poder público otorgado por la legislatura, pero Rosas solicita la realización de un plebiscito que exprese el apoyo del pueblo a tantos poderes. Su gobierno por lo tanto es legal y legítimo. Irazusta lo define como un gobierno discrecional: “la ley siempre debe regir al gobernante pero en el discrecionalismo lo guía sin trabarlo”.
La proclama que Rosas dirige al pueblo con motivo de su elección como gobernador viene a justificar el otorgamiento de un poder sin límites. Dice así: “Ninguno de vosotros ignora que una facción numerosa de hombres corrompidos haciendo alarde de su impiedad, y poniéndose en guerra con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad; ha desvirtuado las leyes, hécholas insuficientes para nuestro bienestar; ha generalizado los crímenes y garantido la impunidad; ha hecho desaparecer la confianza necesaria en las relaciones sociales y obstruido los medios honestos de adquisición; en una palabra, ha disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y la perfidia: La experiencia de todos los siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a las formas, y que su aplicación debe ser pronta y expedita. (...) Habitantes todos de la ciudad y la campaña: La Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y constancia: resolvámonos , pues, a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra: persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida, y sobre todo al pérfido y traidor, que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe.”[17]
Existía un plan premeditado de los unitarios, denunciado desde Londres por el ministro Manuel Moreno, de conspiraciones, intrigas con el objeto de desquiciar el orden social. Por eso fue unánime el apoyo de todos los sectores sociales. La acción de los unitarios fue constante, y se destacó en los artículos periodísticos especialmente desde Montevideo. Lo tildaron de tirano sangriento, Florencio Varela, Esteban Echeverría, José Mármol. Sus peores insultos contra Rosas centrados en su condición de gaucho, “rama del pasto de los suelos”, “ni el polvo de tus huesos la América tendrá”. Rivera Indarte escribe las Tablas de Sangre, pagadas por el comerciante inglés Samuel Lafone, culpándolo de innúmeros crímenes para desprestigiarlo ante las potencias extranjeras, que bloqueaban el puerto de Buenos Aires.
Buscó uniformar a la población bajo el lema de la federación, con vivas a la santa federación y mueras a los salvajes unitarios. Todo se veía color sangre: los militares con chiripá, gorro de manga y chaqueta colorada, los particulares con la divisa roja en el sombrero y en el ojal del frac, las mujeres con moños colorados en la cabeza, las casas pintadas de rojo. Dice Perez Amuchástegui: “Las disposiciones referentes a fidelidad a la causa y catolicidad de los docentes, deben considerarse a la luz del propósito aglutinante de la nacionalidad a través de la federación y la religión. Ello, sin duda, puso coto a la extranjerización promovida desde la época de Rivadavia en materia de enseñanza para satisfacer la mimética manía europeizante que los liberales estuvieron a punto de imponer con la proliferación de maestros y profesores extranjeros contratados para la educación pública.”[18]
El sociólogo Waldo Ansaldi, desde otra óptica va a llegar a las mismas conclusiones. El sostiene que es fundamental para una nación la definición de una identidad colectiva. En el caso argentino el constructor y garante de esa identidad fue el Estado y no la nación. Como también lo sostiene Alberto Buela cuando dice: “El Estado surge en Europa a partir de la nación mientras, que por el contrario, en Nuestra América el Estado crea a la nación.” [19] Para la construcción de esa nueva identidad colectiva o nacional, el Estado se va a apoyar en la creación de nuevos imaginarios sociales. En la revolución de mayo la creación de nuevos valores y símbolos: himno, escarapela, bandera, moneda sin efigie del rey. Juan Manuel de Rosas fue el político más hábil en el manejo de símbolos y representaciones: la divisa punzó, eslóganes, celebraciones patrióticas oficiales. La imposición de los obligatorios signos externos de lealtad no eran tanto a la figura de Rosas, como a los valores centrales de la república.
Otro elemento para el afianzamiento del orden social y político, sostiene Ansaldi, fue el disciplinamiento de la fuerza de trabajo. Orden pensado como soporte de la estructura agraria. [20]
Se destaca en ese sentido la obra de Rosas como administrador de sus estancias que eran un modelo en ese entonces, y su famoso “Reglamento para los peones de estancia” que hacía cumplir rigurosamente, empezando por él mismo. Así también existía desde tiempos coloniales una legislación que perseguía a los “vagos y malentretenidos” exigiéndoles la papeleta de trabajo. Rosas hizo cumplir estas antiguas disposiciones pero a cambio aseguró a los trabajadores jornales y facilidades de vida en un nivel mucho más alto que en épocas anteriores y posteriores. De esta época decía el Martín Fierro:
“Yo he conocido esta tierra/ en que el paisano vivía
y su ranchito tenía / y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver/ cómo pasaba sus días.”
...........
“Ricuerdo... ¡qué maravilla! / cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada/ y dispuesta pa el trabajo;
pero hoy en día...¡barajo!/ no se la ve de aporriada.
Desde distintos puntos de análisis y a través de distintos autores confirmamos la tesis de que Rosas contribuyó a la formación del Estado nacional. Así nos dice Quesada: “Rosas después de 25 años de gobierno, deshizo el caudillaje, sofrenó los partidos, nacionalizó el país, y cimentó el respeto por la autoridad central.”[21]
El testimonio del mismo Rosas en su conversación con los Quesada en Southampton posee una gran significación para entender cómo lo logró y entender su posición con respecto al sistema de gobierno que practicó. Dice así: “Y a trueque de escandalizarlo a usted le diré que, para mí, el ideal de gobierno feliz sería el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infatigable, enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritos ni favoritas. Por esto jamás tuve ni unos ni otras: busqué realizar yo solo el ideal del gobierno paternal, en la época de transición que me tocó gobernar. Pero quien tal responsabilidad asume no tiene siquiera el derecho de fatigarse, ....Son mentecatos los que suponen que el ejercicio del poder, considerado así como yo lo practiqué, importa vulgares goces y sensualismos, cuando en realidad no se compone sino de sacrificios y amarguras. He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, escondidos en la sombra: he admirado siempre los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos. Ese es mi gran título; he querido siempre servir al país, y si he errado o acertado , la posteridad lo dirá, pero ése fue mi propósito y mía en absoluto la responsabilidad por los medios empleados para realizarlo. Otorgar una constitución era asunto secundario: lo principal era preparar el camino para ello, ¡y esto es lo que creo haber hecho!”[22]
(*) historiadora
email: cgespul@yahoo.com.ar
[1] Cfr. González Espul, Cecilia: “Guerras de América del sur, en la formación de los estados nacionales”, BS:AS., Ediciones Teoría, 2001, pp.16 a 18
[1] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, tomo 5, p.219
[1] idem: p.220 y 221
[1] cit. en Lumerman, Juan Pedro: “Historia social argentina”, Bs.As., Univ. Abierta y a Distancia “Hernandarias”, 1991, pp.179/180.-
[1] Pérez Amuchástegui, A:J.: “Génesis del Estado Argentino”,Bs.As., La Ley, 1973, p 164.-
[1] Barba, Enrique M.: “Unitarismo, Federalismo, Rosismo”, Bs.As., Hyspamérica, 1987, pp29
[1] en Lumerman, Juan Pedro: op.cit. pp. 177
[1] Quesada, Ernesto: op.cit. tomo 5, pp.86
[1] cfr. Quesada, Ernesto, op.cit. pp.88
[1] Irazusta, Julio: “Vida política de Rosas a través de su correspondencia” 8 tomos.
[1] Irazusta, Julio: “El federalismo de Rosas”, pp.114, en “Unitarios y Federales”, Hyspamérica, 1987
[1] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, Bs.As., Plus Ultra, 1965, pp161 a 163.
[1] Myers, Jorge: “Orden y Virtud. El discurso republicano en el régimen rosista”Un.Nac.de Quilmes, p77.
[1] Ingenieros, José: “Sociología Argentina”, Bs.As., Elmer Editor, 1957, pp.41/42.-
[1] Doll, Ramón: “Acerca de la política nacional”, Buenos Aires, Editorial Difusión, 1939, p.164
[1] Ramos, Jorge Abelardo: “Las mazas y las lanzas”, Bs.AS., Hyspamérica, 1986, p.134
[1] Saldías, Adolfo: “Historia de la Confederación Argentina”, Bs.AS., Eudeba, 1968, Tomo II, p.6/7.-
[1] Pérez Amuchástegui, A.J.: “Génesis del estado argentino”, pp.287.-
[1] Buela, Alberto: “Ensayos de Disenso”, Barcelona, Nueva República Ediciones, 1999, p177.
[1] Ansaldi, Waldo: “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes: Una introducción al estudio de la formación del Estado nacional argentino” pp.57 y77.-
[1] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, p.44.-
[1] ibdem, p221.
COMENTARIOS:
ALBERTO BUELA:
El presente trabajo es "una rara avis" pues corresponde a una historiadora de la Universidad e Buenos Aires, perteneciente a la escuela historiográfica de Antonio Pérez Amuchástegui, un profesional "stricto sensu" de la historia argentina y americana. Alberto Buela (14-7-2006).
[1] Cfr. González Espul, Cecilia: “Guerras de América del sur, en la formación de los estados nacionales”, BS:AS., Ediciones Teoría, 2001, pp.16 a 18
[2] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, tomo 5, p.219
[3] idem: p.220 y 221
[4] cit. en Lumerman, Juan Pedro: “Historia social argentina”, Bs.As., Univ. Abierta y a Distancia “Hernandarias”, 1991, pp.179/180.-
[5] Pérez Amuchástegui, A:J.: “Génesis del Estado Argentino”,Bs.As., La Ley, 1973, p 164.-
[6] Barba, Enrique M.: “Unitarismo, Federalismo, Rosismo”, Bs.As., Hyspamérica, 1987, pp29
[7] en Lumerman, Juan Pedro: op.cit. pp. 177
[8] Quesada, Ernesto: op.cit. tomo 5, pp.86
[9] cfr. Quesada, Ernesto, op.cit. pp.88
[10] Irazusta, Julio: “Vida política de Rosas a través de su correspondencia” 8 tomos.
[11] Irazusta, Julio: “El federalismo de Rosas”, pp.114, en “Unitarios y Federales”, Hyspamérica, 1987
[12] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, Bs.As., Plus Ultra, 1965, pp161 a 163.
[13] Myers, Jorge: “Orden y Virtud. El discurso republicano en el régimen rosista”Un.Nac.de Quilmes, p77.
[14] Ingenieros, José: “Sociología Argentina”, Bs.As., Elmer Editor, 1957, pp.41/42.-
[15] Doll, Ramón: “Acerca de la política nacional”, Buenos Aires, Editorial Difusión, 1939, p.164
[16] Ramos, Jorge Abelardo: “Las mazas y las lanzas”, Bs.AS., Hyspamérica, 1986, p.134
[17] Saldías, Adolfo: “Historia de la Confederación Argentina”, Bs.AS., Eudeba, 1968, Tomo II, p.6/7.-
[18] Pérez Amuchástegui, A.J.: “Génesis del estado argentino”, pp.287.-
[19] Buela, Alberto: “Ensayos de Disenso”, Barcelona, Nueva República Ediciones, 1999, p177.
[20] Ansaldi, Waldo: “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes: Una introducción al estudio de la formación del Estado nacional argentino” pp.57 y77.-
[21] Quesada, Ernesto: “Los unitarios y la traición a la patria”, p.44.-
[22] ibdem, p221.
Mineros Chilenos
Hace 14 años.
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